domingo, septiembre 11, 2011

9-11, la tragedia que cambió nuestras vidas



9-11, la tragedia que cambió nuestras vidas


Desde un mirador a unas cuadras de mi casa en Brooklyn se puede ver en la otra orilla del East River cómo se asoma lentamente entre los majestuosos edificios del bajo Manhattan la cabeza de la nueva torre del World Trade Center. El enorme rascacielos trepa paso a paso, día a día, hacia el cielo infinito de la ciudad, cauterizando la herida que en esa aciaga mañana soleada de 2001 se abrió en el perfil de Nueva York.


La edificación del One World Trade Center, la pieza central del complejo que sustituirá a las Torres Gemelas, es el símbolo más palpable del paso del tiempo en esta década transcurrida desde los atentados que nos cambiaron la vida a todos y el mundo se nos volvió, de golpe, un lugar más sombrío y hosco.


A veces, cuando miro con el rabillo del ojo el nuevo rascacielos o paso por delante de los memoriales que en cada estación de bomberos de mi barrio recuerdan a los compañeros fallecidos en los atentados, se me encoge el corazón, rememoro ese día y trato de acordarme cómo era la vida antes de que el horror nos visitara.


Se me antoja, tal vez viciado por la experiencia personal, que ese mundo pre 9-11 era más abierto, optimista y generoso. Los grandes escándalos políticos eran de faldas, las crisis internacionales giraban en torno a niños balseros y la economía parecía más sólida que los cimientos de las Torres Gemelas. Tal vez nos engañábamos, pero sin duda creíamos avanzar hacia un mundo prometedor en el recién estrenado siglo XXI.


Cómo han cambiado las cosas en estos diez años, en que el discurso público ha estado dominado por palabras como terror, guerra, tortura, odio y crisis. Madrid, Londres, Estambul, Bali y una larga lista de lugares vivieron sus particulares infiernos, como los que aún consumen a Irak y Afganistán.


Los inmigrantes indocumentados, que hace diez años molestaban a pocos y que estuvieron entre las víctimas de los ataques, ahora son perseguidos con saña bajo la coartada de la seguridad nacional.


En el plano económico, aunque la actual recesión no se la podemos apuntar a Al Qaeda, la verdad es que casualmente nunca la situación ha sido la misma desde los atentados contra Nueva York y Washington.

Como generaciones anteriores se acordaron de dónde estaban cuando el ataque a Pearl Harbor o el asesinato del presidente John F. Kennedy, la nuestra nunca podrá olvidar esas imágenes, ya las viéramos in situ o por televisión.
Recuerdo estar en la sala de mi casa en Miami, donde residía entonces, petrificado mirando incrédulo la imagen del segundo avión estrellándose contra la torre sur; la angustia hasta que localicé a mi hermano en Washington, sano y salvo ; el horror del desplome de los edificios; el miedo en el rostro de la gente; la profunda tristeza ante tanto dolor.



Como las ondas que provoca en el agua la caída de una piedra, sentimos el mal que desató ese día en mayor o menor grado según estuviéramos cerca de las 3.000 víctimas que perdieron la vida. Pero todos sentimos algo, y por eso hasta los menos sospechosos de patriotismo barato sacamos la bandera estadounidense en público en señal de duelo y solidaridad.


En otro indicio de lo complicada que ha sido esta década pasada, las obras del nuevo World Trade Center están aún lejos de completarse, pese a las promesas de reconstrucción que se dieron en un principio. Al menos, nos queda el consuelo de que este año, Osama Bin Laden por primera vez no podrá celebrar otro aniversario de la tragedia que desató.


En esos días de estupor leía religiosamente y con un nudo en la garganta la increíble sección del The New York Times dedicada a las víctimas, "Portraits of Grief", en la que hicieron un semblante de cada una de ellas para humanizar la tragedia. Ahora, el rotativo nos presenta una actualización de esos semblantes, "Portraits Redrawn", en la que explican qué ha sucedido con sus familias en estos diez años. Nadie ha olvidado, pero casi todos han decidido mirar hacia el futuro. Un futuro que, pese a todo, anhelamos sea soleado, como esa mañana de septiembre.

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